sábado, 19 de octubre de 2019

Relato de un perro abandonado





“Los escucho hablar, algo están tramando, ya nada es como antes”.

– No puedo hacerme cargo —dice Darío.

–¡Yo menos!, con un apartamento de treinta metros cuadrados y el salario que recibo, no podría —menciona su hermana levantándose de la mesa. Además tengo que cuidar a Ricardito —agrega.

Dicen algo más que no alcanzo a escuchar y luego Carolina  me llama, va a llevarme de paseo.

Subimos al coche, no me dirige la palabra en todo el camino. Mi instinto advierte que algo no va bien.  La observo mientras maneja y medito con tristeza: “La he visto crecer,  ser compañeros de juegos, nos hemos mimado,  dedicado  momentos especiales,  en la cama me he dormido acurrucado en su pecho. Pero hace meses , desde  que me confinó a ese estrecho lugar…, está diferente”.

Llegamos al sitio, es un edificio en ruinas.  Me ordena bajarme del auto, aunque le hago caso intuyo su intensión de dejarme en ese lugar, entonces, con un aullido lastimero, trato de convencerla que no me abandone, pero de nada vale ni tampoco se conduele con mis ojitos suplicantes, cierra la puerta, da media vuelta al  vehículo, dejándome ahí. Corrí para alcanzarla, pero la bruma me impidió alcanzar el coche.

Después de esa triste despedida, no supe qué hacer. Caminé sin rumbo, tal vez  tratando de encontrar una salida y ¡zas! que caigo en un charco, me incorporo desorientado, con susto, tiritando y me duele la pancita por el hambre.  En ese momento me llega un irresistible olor a pastel, miro hacia otro sector del edificio, observo una luz y me acerco cojeando.

La puerta está entreabierta, me detengo justo ahí y  escucho que hablan varias personas. Mi aspecto es sucio, descuidado, de pelo negro tan largo y mojado, que hasta cubre mi rostro, tengo temor de no ser bien recibido.

Una ráfaga de viento se convierte en mi amiga y empuja la puerta, esas personas notan mi presencia, se acercan con caras sonrientes, acarician mi cabeza con sus manos temblorosas, de inmediato me dan agua, soy llevado al baño, curan mis heridas con mucho amor mientras olfateo que me preparan un banquete.

Ya aliviado, limpio y con la barriguita llena, me peparan un lugar donde descansar. Rendido por el cansancio dormí toda la noche.

A la mañana siguiente, sentí los rayos de sol, pero no quería  abrir los ojos, pensaba que lo vivido después de que Carolina me abandonó, había sido un sueño y que seguía en aquel edificio en ruinas.

***

Han pasado varios días y este sitio se ha convertido en mi hogar. Tengo casita propia y todo lo que necesito para ser feliz.

A cambio les he devuelto las ganas de vivir con mi compañía, lealtad y amor incondicional. Aunque hace tiempo olvidaron quienes son, ahora ya no se sienten solos.

Soy el más querido de esta Residencia de ancianos. Para que no olviden como me llamo, llevo un pañuelo rojo anudado al cuello, con letras blancas que dicen mi nombre, “Bruno”.

—“¡Cada vez que me expresan su amor acariciándome, siento una sensación  hermosa y placentera!”


Les muestro agradecimiento, ladrando y moviendo la cola.  



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