“Los escucho hablar, algo están tramando, ya nada es como antes”.
– No puedo hacerme cargo —dice
Darío.
–¡Yo menos!, con un apartamento
de treinta metros cuadrados y el salario que recibo, no podría —menciona su
hermana levantándose de la mesa. Además tengo que cuidar a Ricardito —agrega.
Dicen algo más que no alcanzo a
escuchar y luego Carolina me llama, va a
llevarme de paseo.
Subimos al coche, no me dirige la
palabra en todo el camino. Mi instinto advierte que algo no va bien. La observo mientras maneja y medito con
tristeza: “La he visto crecer, ser compañeros de juegos, nos hemos mimado, dedicado
momentos especiales, en la cama me
he dormido acurrucado en su pecho. Pero hace meses , desde que me confinó a ese estrecho lugar…, está diferente”.
Llegamos al sitio, es un edificio
en ruinas. Me ordena bajarme del auto,
aunque le hago caso intuyo su intensión de dejarme en ese lugar, entonces, con
un aullido lastimero, trato de convencerla que no me abandone, pero de nada vale
ni tampoco se conduele con mis ojitos suplicantes, cierra la puerta, da media
vuelta al vehículo, dejándome ahí. Corrí
para alcanzarla, pero la bruma me impidió alcanzar el coche.
Después de esa triste despedida, no
supe qué hacer. Caminé sin rumbo, tal vez tratando de encontrar una salida y ¡zas! que caigo
en un charco, me incorporo desorientado, con susto, tiritando y me duele la
pancita por el hambre. En ese momento me
llega un irresistible olor a pastel, miro hacia otro sector del edificio,
observo una luz y me acerco cojeando.
La puerta está entreabierta, me
detengo justo ahí y escucho que hablan
varias personas. Mi aspecto es sucio, descuidado, de pelo negro tan largo y
mojado, que hasta cubre mi rostro, tengo temor de no ser bien recibido.
Una ráfaga de viento se convierte
en mi amiga y empuja la puerta, esas personas notan mi presencia, se acercan
con caras sonrientes, acarician mi cabeza con sus manos temblorosas, de inmediato me
dan agua, soy llevado al baño, curan mis heridas
con mucho amor mientras olfateo que me preparan un banquete.
Ya aliviado, limpio y con la barriguita
llena, me peparan un lugar donde descansar. Rendido por el cansancio dormí toda la noche.
A la mañana siguiente, sentí los
rayos de sol, pero no quería abrir los
ojos, pensaba que lo vivido después de que Carolina me abandonó, había sido un sueño y que seguía en aquel edificio en ruinas.
***
Han pasado varios días y este
sitio se ha convertido en mi hogar. Tengo casita propia y todo lo que
necesito para ser feliz.
A cambio les he devuelto las
ganas de vivir con mi compañía, lealtad y amor incondicional. Aunque hace
tiempo olvidaron quienes son, ahora ya no se sienten solos.
Soy el más querido de esta Residencia de ancianos. Para que no olviden como me llamo, llevo un pañuelo rojo anudado
al cuello, con letras blancas que dicen mi nombre, “Bruno”.
—“¡Cada vez que me expresan su amor acariciándome, siento una sensación hermosa y
placentera!”
Les muestro agradecimiento,
ladrando y moviendo la cola.