14 de febrero, son las ocho..., como cada noche, estoy delante de una taza de café caliente, abrazándola con ambas manos, cuando la llevo a la boca el humo casi me ciega.
Doy un sorbo, mientras pienso...
Siento la bebida que baja por la garganta, la necesito para levantarme, voy lentamente, casi sin fuerzas hacia la ventana.
Entreveo la luz de la cocina, me dirijo allí donde he puesto el computador, única compañía. No lo he apagado, desde aquel día, como si quisiera dar tiempo al tiempo, y lograr que pierda esa actitud de demora. Pero se eterniza, sigue allí, inexorable.
Tiemblo al tocar la tecla mientras releo lentamente lo escrito.
Querido Daniel
He creído oportuno comentarte como van las cosas por aquí. En la huerta hay nuevos retoños, las lechugas, los tomates y hasta los pepinos se han dado a la tarea de reproducirse.
En el jardín, las margaritas están cada vez más coquetas y ni que decir del girasol, cada vez más alto, hasta parece que quisiera besar las nubes.
Bobi ha dejado de ladrar a los vecinos, más bien se pasa el día con ellos; es que llegó Layla, sabes lo conquistador que se vuelve.
He repuesto la taza que habías quebrado, la otra estaba muy solita.
Tu almohada te echa de menos y es gracioso, tengo sospechas de que se entiende con la mía. La otra noche al ingresar al cuarto, las sorprendí enredadas, como en una función de contorsionismo. Hasta creo que estaban sudorosas, y a su alrededor encontré algunas plumas sueltas.
Y para más inri, el ojo de la cerradura se ha puesto insoportable, me hace guiños cada vez que me pongo el pijama.
Desde el día que marchaste, no he vuelto a cerrar el candado de la puerta, me da trabajo al abrir, parece que se estremece con tan solo el roce metálico de la llave.
Solo eso, que supieras... y que deseo ardorosamente... que vuelvas conmigo.
***
Lucía se dispone a dar al botón enviar, en ese momento un rayo estremece la instancia, queda a oscuras, en silencio..., solo alcanza a escuchar que alguien abre la puerta.