Son las ocho de un 14 de febrero. Anochece con matices de tormenta.
En la penumbra de la sala, meditando recostada en el sillón de orejas, se nota su figura cubierta con un chándal y las rodillas encogidas.
—«Sé que debo seguir adelante, pero me cuesta demasiado» —piensa.
Abraza una taza de café caliente con ambas manos, cuando la lleva a la boca, la cortina blanca de humo se pega a las pestañas, casi cegándola, que la hace parpadear.
Absorta en sus pensamientos, da un trago, siente como la bebida baja por la garganta.
—«Ummm, me espabila, mi ánimo está tan decaído que la necesito para que me dé al menos un poco de energía» —toma otro sorbo y la retira.
Pone la taza en la mesita de al lado y recoge el frasco de pastillas que le ayudarán a dormir, lo deposita en el bolsillo de la chaqueta. De manera pesada y muy lentamente, incorpora su cuerpo, impulsándose con los brazos del mueble.
Debido a las noches de mal dormir y días sin esperanza, es notorio su cansancio al caminar, los dedos de los pies parecen enterrarse en el suelo, por lo que los obliga a que la lleven a la ventana, misma rutina desde aquel día.
Abre un tramo entre la celosía, solo observa los frondosos árboles, que iluminados por la luna proyectan sombras, mientras ésta se va cubriendo de nubes que anuncian se avecina la tormenta. Es tarde, suelta las láminas de la persiana que vuelven a acomodar. Se dirige a la habitación.
Al pasar por la puerta entreabierta del estudio, vislumbra una luz encendida, es el ordenador, su única compañía. Desde que él partió no lo ha apagado, como si quisiera dar tiempo al tiempo, y lograr que pierda esa actitud de demora que eterniza todo en la casa, como una caricia leve, pausada.
Ensimismada en sus cavilaciones, recuerda que desde hace varios días tiene una carta redactada en el aparato, decide entrar para enviarla.
Desliza la silla hacia afuera, acomoda el cojín para sentarse. Sus dedos tiemblan al tocar el teclado, pulsa la tecla de desplazamiento que le ayuda a leer lentamente lo ya escrito.
***
«Querido Daniel
He creído oportuno comentarte como van las cosas por aquí. En la huerta hay nuevos retoños, las lechugas, los tomates y hasta los pepinos se han dado a la tarea de reproducirse.
En el jardín, las margaritas están cada vez más coquetas y ni que decir del girasol, mucho más alto, hasta parece que quisiera besar las nubes.
Bobi ha dejado de ladrar a los vecinos, más bien se pasa el día con ellos; es que llegó Layla, sabes lo conquistador que se vuelve.
He repuesto la taza que se te había quebrado, la otra estaba muy solita.
Tu almohada te echa de menos y es gracioso, tengo sospechas de que se entiende con la mía. La otra noche al ingresar al cuarto, las sorprendí entrelazadas, hasta creo que estaban sudorosas y a su alrededor habían algunas plumas sueltas.
Y para más inri, el ojo de la cerradura se ha puesto impertinente, me hace guiños en cuanto me pongo el pijama.
Desde el día que marchaste, no he vuelto a bloquear el candado de la cancela, de hacerlo me da trabajo abrirle, tal parece que se estremece con tan solo el roce metálico de la llave.
Solo eso, que supieras…
y que deseo ardientemente…
que regreses».
***
Susana se dispone a dar al botón enviar, en ese momento un rayo estremece la estancia, queda a oscuras, en silencio, solo alcanza a escuchar que alguien abre la puerta.
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